¿Qué pasa con los gatos ferales que van a parar a perreras y son condenados
a vivir en exclavitud en un chenil o refugio?
Lo que pasa lo sabéis muy bien, es un horror, es un ejemplo de pésima gestión que merece ser combatida por varios frentes. No es ético, eficaz, económico ni salubre. Un gato feral entre cuatro paredes (también en un hogar sufren lo que las perreras ya representan el infierno) no debería estar nunca. La retirada de gatos ferales de un espacio genera un efecto vacío que culmina con nuevos individuos recuperando el territorio con lo cual se entra en un espiral absurda y carísima que sólo puede interesar a los ignorantes o a los que se lucran con estas medidas.
El medio óptimo para los gatos ferales son algunos espacios abiertos en comunidades controladas donde no falta la higiene, la comida, el agua ni la libertad. Debemos ser muy cuidadosas también nosotras a la hora de etiquetar un gato o de decidir si los retenemos o lo dejamos libre después de la esterilización. El objetivo de las protectoras es demostrar que la convivencia entre gatos y humanos en nuestro municipio puede aportar un beneficio recíproco a base conocimiento y respeto. Igual que un gato casero sobrevive a duras penas al abierto y debe ser rescatado y albergado en un nuevo hogar un gato feral jamás debe sufrir una retención una vez esterilizado. En casos extremos cuando el lugar de origen sufre una variación que impide el retorno deben ser reubicados según las pautas que podéis consultar en otravetemirada.